Volví la mirada por las risas, y
seguí mirando por las chicas.
Lo primero en lo que me fijé fue
en su pelo, largo y despeinado. Luego en las joyas, que relucían al sol. Estaban
las tres tan lejos que sólo alcanzaba a ver la periferia de sus rasgos, pero
daba igual: sabía que eran distintas al resto de la gente del parque. Las
familias arremolinadas en una cola difusa, esperando las salchichas y
hamburguesas de la barbacoa. Mujeres con blusas de cuadros acurrucadas bajo el
brazo de sus novios, niños lanzando bayas de eucalipto a las gallinas de
aspecto silvestre que invadían la franja de parque. Aquellas chicas de pelo
largo parecían deslizarse por encima de todo lo que sucedía a su alrededor, trágicas
y distantes. Como realeza en el exilio.
Las examiné con una mirada
boquiabierta, flagrante y descarada: no parecía probable que fuesen a echar un
vistazo y reparar en mí. La hamburguesa había quedado olvidada en mi falda, la
brisa traía consigo el tufo a pescado del río. En aquella época, analizaba y
puntuaba de inmediato a las demás chicas, y llevaba un registro constante de mis
carencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario