Un final para Benjamin Walter, Alex Chico, p. 94
El origen del cuadro se remonta a
1920, uno de los años decisivos en la trayectoria de Paul Klee. Coincidía con
su primera gran exposición en Múnich, había publicado su Confesión creativa y
se iba a incorporar a la prestigiosa Bauhaus. Un año después, el Angelus Novus
encuentra un comprador, Walter Benjamín, que lo incorpora a su colección de
arte aliado de otras imágenes por las que sentia una fuerte atracción, como el
Retablo de Isenheim, la obra maestra de Mattbias Grünewald.
Benjamín no está solo cuando va a
comprar el Angelus Novus. Le acompaña Gershom Scholem, que también queda fascinado
por el cuadro, hasta el punto de dedícarle un poema. Scholem, siguiendo la
tradíción cabalistica, le explica la leyenda talmúdíca que se esconde detrás
del cuadro: el surgimiento continuo de nuevos ángeles que son creados a cada instante
para cantar un himno ante Dios y que, tras entonarlo, se deshacen en la nada.
Benjamín siente auténtica fascinación
por el cuadro. Incluso propone Angelus Novus como título de una nueva revista que
intentaba fundar a comienzos de los años veinte. Escribe sobre la obra en
varios momentos y en todas esas menciones, en todas esas referencias, siempre
surge algo distinto. Su gran aportación en este terreno es su noveno apunte
para las Tesis sobre la filosofía de la historia, uno de sus últimos trabajos. Poco
antes de su partida a España, en junio de 1940, Benjamin extrae la lámina del
marco y la guarda en una maleta, junto a otros escritos que envía a Georges
Bataille, que la oculta en la Biblioteca Nacional de París. Tras la Segunda Guerra
Mundial, la obra fue a parar a su amigo Theodor W Adorno y más tarde, siguiendo
la voluntad del propio Benjamin, acabó en posesión de Scholem. Después de su
muerte, la viuda de Scholem legó la obra al Museo de Israel, en Jerusalén. Hoy
es una de las obras más importantes del museo.
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