Lo supe al estar delante de una
imagen, expuesta entre otras reproducciones que colgaban de las paredes del
Centro Cívico. Se trata de una fotografía que había visto muchas veces antes.
Walter Benjamín está de perfil, lleva sus gafas y mira al frente. Tiene el
rostro serio. Viste un traje negro, aunque se le escapa el cuello de su camisa
blanca. Siempre había creído que era una ficha policial, una especie de
fotografía que empleaba en su pasaporte. Me equivocaba. Era la imagen de un difunto.
La barra que ascendía desde su espalda y se posaba en la sien estaba sosteniendo
la cabeza de un muerto. No me había fijado hasta entonces. Había tenido esa
imagen entre mis manos en muchas ocasiones, pero se me había escapado por
completo. Necesité una pequeña sala de exposiciones para darme cuenta.
Aquella tarde, después de salir
del Centro Cívico, decidí no volver a la pensión inmediatamente. Paseé un rato
por el pueblo. Las calles estaban vacías y comenzaba a hacer frío. Me senté en uno de los bancos del paseo
marítimo, abrigándome como pude mientras el viento de Tramontana iba soplando cada
vez con más fuerza. Todo estaba en calma. Vi algunas casas iluminadas, pero el
trajín dentro de ellas era tan silencioso que parecían deshabitadas.
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