Imposturas, Banville, p. 270
A medida que el día menguaba, pensé en muchas cosas, por
ejemplo en ese fenómeno, con cuya existencia me topé por casualidad mientras
leía cosas acerca del señor Mandelbaum y sus costumbres, que entre los
neurólogos se conoce como la mano anárquica. Esta extraordinaria e inusual
enfermedad -no hay más de medio centenar de casos registrados- es el resultado
de una peculiar forma de rebelión en las profundidades del sistema nervioso. Quien
lo sufre, aunque tiene las extremidades normales y sanas, se encuentra sujeto a
la tiranía de una de sus manos, que al parecer, por su propio capricho y
voluntad, lleva a cabo acciones independientes del paciente, a menudo contra
sus intereses. En la mesa se encuentra
con que la recalcitrante mano le obliga a tomar alimentos que no quiere
ingerir; se encuentra con alguien por la
calle, y en lugar de proferir un saludo, la mano vuela y abofetea a ese atónito
conocido. A veces el comportamiento de la mano es tan escandaloso, que su
compañera del otro lado es invitada a intervenir para detener sus travesuras;
la lucha resultante puede ser en extremo violenta, y acabar en autolesiones y
caídas al suelo. Una paciente incluso sufrió repetidos intentos de
estrangularse a sí misma, y podría haber sucumbido de no haber estado presentes
otras personas que se apresuraron a separar la mano suicida, o asesina, de la
garganta. Lo que me preguntaba, echado en la cama de aquel hotel completamente
vacío, era si una mitad del propio yo podría ser un anarquista, emperrado en la
destrucción de la totalidad.
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