Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CONDESA GEMINI

La señora Osmond, John Banville, p. 203
La condesa, después de más de veinte años de decidida aplicación, se había convertido en una especialista en la alta societa florentina, en particular de su faceta más sórdida. Como un mirlo atareado, daba sal titos en la maleza social, apartaba a un lado las ramitas caídas y picoteaba las hojas muertas -no pocas caídas de la higuera- para escarbar por debajo de ellas en el oscuro mantillo y extraer los sabrosos bocados que allí se ocultaban. Los cotilleos que encontraba siempre eran muy apetitosos. Sabía qué matrimonios habían fracasado y cuáles empezaban a ir mal, qué señora hasta entonces virtuosa había sucumbido a los halagos operísticos de uno de los muchos donjuanes de la ciudad; sabía qué marido estaba siendo engañado y cuál se dejaba engañar por conveniencia, qué hija estaba comprometida y qué hijo se estaba convirtiendo en un disoluto, o lo era ya. Aunque Osmond fingía desaprobar la cháchara escabrosa Y brillante de su hermana, y cerraba los ojos, fruncía los labios y en ocasiones llegaba a hacer como si se tapara los oídos con las manos, la condesa sabía lo mucho que le gustaba enterarse de las bajezas de la gente de postín: su predilección por intercambiar calumnias selectas era el único punto en el que coincidían las sensibilidades de estos dos hermanos tan mal avenidos. Mientras se dedicaban a este pasatiempo, Osmond echaba atrás la cabeza con las ventanas de la nariz dilatadas, como para aspirar y saborear un olor almizcleño y prohibido, fruncía las comisuras de los labios y se acariciaba complacido el cuello por debajo de la barba, con el dorso de los dedos, riéndose en voz tan baja que apenas se le oía. Y no solo recibía, sino que también daba, y en abundancia, aunque sacaba cada pepita mancillada de su reserva de oro con aparente desgana y gran aborrecimiento moral, moviendo la cabeza y suspirando con fingida tristeza por la maldad de este mundo. La condesa se maravillaba de que estuviese al corriente de tantos secretos teniendo en cuenta lo poquísimo que salía.

-Ah, sí, la gente es muy mala --dijo ahora, reclinándose en el asiento con un suspiro complacido, tenía los codos apoyados en los reposabrazos de la silla y sus dedos huesudos y atezados formaban un alto campanario, cuya cúspide rozaba la punta afilada de la barba cuidadosamente recortada en forma de pala-. Incluso los que parecen más virtuosos, y a los que se toma por modelo de virtud, están dispuestos a descender a las más sorprendentes simas de depravación a la menor tentación. 

No hay comentarios:

WIKIPEDIA

Todo el saber universal a tu alcance en mi enciclopedia mundial: Pinciopedia