Podría haber sido una cala de
pescadores, una insignificante aldea perdida entre collados y senderos, una
pequeña bahía moteada de barracas, pero ese lugar se acabó trasformando en algo
distinto, en un lugar de paso que algunos, con poca fortuna, nunca pudieron traspasar.
Podría haber sido un territorio minúsculo, enclavado en una geografía
fronteriza ante la exigua inmensidad del Mediterráneo, manteniendo una
meritoria insignificancia frente a una breve extensión de agua. U na ensenada tranquila,
templada, casi inerte, a pesar de la calma tensa que se cuela entre montañas,
mientras el viento desplaza las piedras que se agolpan en los desfiladeros y
convierte esa existencia reposada en un campo de fortificaciones. Podría haber
sido un pequeño pueblo y continuar así durante mucho tiempo. Eso es lo que
sugieren los lugares que parecen fuera de plano, esos espacios que no logramos
identificar con ningún territorio concreto ni con ningún país que conozcamos.
Podría haber sido simplemente esto: un lugar donde no ha sucedido ni sucederá
nada. Pero en un momento de su historia ocurrió algo y justo por ese motivo
apareció el germen de su propia destrucción. Todo, incluso lo que carece de
importancia, parece condenado a la desaparición. Todo lo creado, por muy
superficial que nos resulte, guarda la posibilidad de que algún día también él
se extinga y no quede nada detrás, ni siquiera un miserable rastro.
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