El fin del fin del mundo, Jonathan Franzen (Granta 7)
Sin embargo, el panorama que
presentó Adam fue aún más sombrío que el de Al Gore, porque el planeta se está
calentando mucho más deprisa de lo que auguraban los más pesimistas hace diez
años. Adam mencionó la reciente falta de nieve para el inicio de la carrera de
trineos Iditarod, el invierno
tremendamente caluroso que estaban teniendo en Alaska y la posibilidad de que
no hubiera hielo en el Polo Norte en el verano del2020. Señaló que, si hace
diez años sólo se tenia constancia de que se estuviera reduciendo el ochenta y
siete por ciento de los glaciares de la peninsula Antártica, ahora parece ser
que es el cien por cien. No obstante, el dato más sombrío que ofreció fue que
los climatólogos, al ser científicos, tienen que limitarse a hacer afirmaciones
con un alto grado de probabilidad estadística. Cuando preparan previsiones sobre
el clima y predicen el aumento de la temperatura del planeta, tienen que
decantarse por una cifra conservadora alcanzada en más del noventa por ciento
de todos los casos, y no por la temperatura alcanzada en la previsión media.
Así, la climatóloga que predice con seguridad un calentamiento de cinco grados
Celsius a finales de siglo podría decirte en privado, delante de unas cervezas,
que en realidad cree que serán nueve.
Lo pasé a grados Fahrenheit (eran
dieciséis) y senti mucha lástima por los pingüinos. Pero entonces, como suele
suceder en las conversaciones sobre el cambio climático cuando se pasa de
hablar. del diagnóstico a hablar de los remedios, el tono sombrío pasó al negro
de la más negra de las comedias. Sentados en el salón de un barco que quemaba
más de trece litros de combustible por minuto, escuchamos a Adam ensalzar las
ventajas de comprar en mercados de productos locales y cambiar las bombillas
incandescentes por otras de leda. También planteó que la educación universal
para las mujeres reduciría la tasa de natalidad mundial y que desterrar las
guerras de todo el planeta supondría ahorrar un dinero que bastaría para implantar
las energías renovables en la economía internacional. A continuación dio paso a
los ruegos y preguntas. Los escépticos no tenían ningún interés en debatir el
tema, pero un hombre que sí creía en el cambio climático se levantó para decir
que gestionaba muchas viviendas y que había observado que cuando tenía
inquilinos que contaban con subsidios federales sus casas siempre estaban
demasiado calientes en invierno y demasiado frías en verano, porque la factura
no corria de su cuenta, y que una forma de combatir el cambio climático sería
obligarlos a pagar. Al oirlo, una mujer contestó en voz baja:
-Yo creo que los megarricos
malgastan muclúsimo más que los que viven a base de subsidios.
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