Marc y su contratiempo, p. 220-221
Y, si no, recuérdese lo que
dijera un día Foster Wallace cuando aportó cierta luz y enigma al probable sentido
de sus glosas inagotables al comentar que éstas eran casi como «una segunda voz
en su cabeza» (sensación, por cierto, en la que creo ser un experto).
Me divertiría escribir esas notas
de aire inacabable, de eso estoy bien seguro; las trabajaría en extensísimas oraciones
que, a pesar del exquisito estilo que se desplegaría en ellas, le exigirían al
lector un esfuerzo colosal. Me divertiría tanto con la broma infinita de esas
notas que quiero suponer que no temería incluir más digresiones de las
necesarias, a cual aparentemente más inoportuna, incluidas casi todas con mala
idea, pues buscaría el modo más farragoso posible de insertarlas, es decir,
intentaría ser más «pesado” de lo normal en mi intento de experimentar el
placer de la escandalosa impunidad que alcanzó DFW cada vez que se eternizaba
con sus notas en el fondo «tan alemanas», porque recuérdese que ya Schopenhauer decía que el carácter nacional
auténtico de los alemanes era la pesadez.
Yo siempre me he sentido
fascinado por esa pesadez alemana. Es más, deseo pasar un día de mi vida, o una
parte de ese día al menos, probando a ser un alemán de prosa fatigadora al
máximo, un alemán cargante hasta límites increíbles, un alemán que se
deleitaría buscando el placer que le proporcionarían las oraciones pesadas,
enredadas, en las que la memoria, sin ayuda de nadie más, aprendería
pacientemente durante cinco minutos la lección que se le iría imponiendo hasta
que, finalmente, en la conclusión de la larga frase teutona, la comprensión de lo
que se había estado diciendo haría su aparición como un relámpago y se
resolvería el rompecabezas.
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