Mac y su contratiempo, E.Vila-Matas, p. 205-206
Como suele ocurrir en la vida
real-y percibo también con claridad que en este diario-, los acontecimientos llegan
y se van, sin que haya normalmente un gran giro dramático, por catastróficos
que esos acontecimientos hayan sido. Mejor así, porque eso me permite evitar en
el diario tener que actuar como ciertos novelistas que insultan a la
inteligencia del lector haciendo que ocurran cosas aparatosas en sus relatos,
haciendo que haya de pronto incendios, por ejemplo, o que los personajes se maten
entre ellos, o que le toque la lotería al tipo más humilde, o que alguien se
ahogue en el mar cuando estaba disfrutando del día más feliz de su existencia,
o que caiga un edificio de doce plantas, o que suenen siete disparos en el paraíso
de un domingo tranquilo ...
Las novelas, por otra parte,
dramatizan a veces demasiado unos sucesos que en la vida real suelen producirse
de un modo más sencillo o irrelevante, sucesos que van y vienen y que se
atropellan entre ellos, que se suceden sin tregua, superponiéndose los unos a
los otros, circulando idénticos a nubes que el viento desplaza entre engañosas pausas
que se revelan finalmente imposibles, ya que el tiempo, que nadie sabe qué es,
no cesa nunca. Ese “defecto” de las novelas es un motivo más por el que suelo
preferir los cuentos a éstas. De todos modos, encuentro a veces novelas muy
buenas, pero no por eso cambio de opinión con respecto a ellas, porque de hecho
las novelas que me gustan siempre son como cajas chinas, siempre están llenas
de cuentos.
Los libros de relatos -que tan
parecidos pueden ser a un diario personal, construido también a base de días semejantes
a capítulos, y de capítulos a su vez semejantes a fragmentos- son máquinas
perfectas cuando, gracias a la brevedad y densidad que ellas mismas exigen,
logran mostrarse en todo más apegadas a la realidad, no como las novelas, que
tantas veces se van por las ramas.
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