Entrevistas breves con hombres compulsivos, DFW, p. 193
Hay maneras correctas y
fructíferas de intentar establecer una «empatía» con el lector, pero tener que
imaginarte a ti mismo como el lector no es una de ellas; en realidad está
peligrosamente cerca de la trampa temible de intentar anticipar si al lector le
va a «gustar» algo en lo que estás trabajando, y tanto tú como los pocos
escritores de ficción con los que tienes amistad sabéis que no existe manera más
rápida de meterte en atolladeros y matar cualquier perentoriedad en tu trabajo
que intentar calcular por anticipado si lo que estás haciendo va a «gustar». Es
algo letal. Se podría establecer la siguiente analogía: imagínate que vas a una
fiesta donde conoces a muy poca gente y luego, de camino a casa, te das cuenta
de pronto de que has pasado toda la fiesta tan preocupado por si parecías caerle
bien a la gente que ahora no tienes ni la más remota idea de si a ti te caía bien
alguno de ellos. Cualquiera que haya vivido una experiencia de esa clase sabe
que se trata de una actitud completamente letal con la que ir a una fiesta.
(Además, por supuesto, casi siempre resulta que a la gente que había en la fiesta
no les has caído bien, por la sencilla razón de que todo el tiempo parecías tan
poco espontáneo y tan artificioso que la gente se ha llevado la impresión
subliminal y desagradable de que estabas usando la fiesta como un simple
escenario donde actuar y de que ni siquiera te has fijado en ellos y de que
probablemente te hayas marchado sin tener ni idea de si te caían bien o no, lo
cual hiere sus sentimientos y provoca que les caigas mal (después de todo,
solamente son humanos y tienen la misma inseguridad que tú acerca del hecho de caer
bien).)
En la foto Bowie en el Studio 54
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