Entrevistas... DFW, 222-223
Mientras tanto, de vuelta al
presente, la esposa inmadura se sentía cada vez más ensimismada y angustiada y
cada vez era más infeliz. Lo que cambió todo y salvó la situación fue que tuvo
una epifanía. Tuvo la epifanía cuando llevaba casada tres años y siete meses.
En términos de psicodesarrollo
secular, una epifanía es un descubrimiento repentino que cambia la vida, a
menudo catalizando el proceso de madurez emocional de una persona. La persona,
en un solo destello cegador, «crece», «se hace adulta” y “dej[a] de lado las
cosas infantiles”. Se despoja de ilusiones que se han vuelto pringosas y
rancias como resultado de haberse prolongado un montón de años. Se transforma,
para bien o para mal, en un ciudadano de la realidad. En realidad, las
epifanías genuinas son extremadamente raras. En la vida adulta contemporánea,
la madurez y la conformidad con la realidad son procesos graduales, paulatinos
y a menudo imperceptibles, semejantes a la formación de cálculos renales. El
idioma moderno normalmente emplea epifanía como metáfora. Solamente es en
representaciones dramáticas, iconografía religiosa y en el «pensamiento mágico de
los niños donde esa clase de descubrimientos quedan comprendidos en un repentino
destello cegador.
Lo que desencadenó la repentina y
cegadora epifanía de la joven esposa fue su abandono de la actividad mental
pura en beneficio de una acción concreta y frenética. De forma abrupta y frenética (a las pocas horas de
decidirlo) telefoneó al antiguo amante con quien había mantenido una relación entusiasta
y que ahora a decir de todos era el exitoso director asociado de un
concesionario automovilístico local, le suplicó que se vieran y que tuvieran
una charla. Hacer aquella llamada fue una de las cosas más difíciles y
vergonzosas que la esposa (que se llamaba Jeni) había hecho nunca. Le parecía irracional
y comportaba el riesgo de que su conducta pareciera completamente inadecuada e
irracional: estaba casada, él era su antiguo amante, no habían hablado ni una
vez en casi cinco años y su relación había terminado mal. Pero ella atravesaba una
crisis, y temía, tal como le explicó por teléfono a su antiguo amante, por su
propia salud mental, y necesitaba su ayuda, y estaba dispuesta, si hacía falta,
a suplicar. El antiguo amante acordó que se reuniría con la esposa al día
siguiente en un restaurante de comida rápida que había cerca del concesionario automovilístico.
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