Billy Budd, Herman Melville
Billy Budd le agradaba la vida
de gaviero. Cuando no estaban ocupados con las gavias, allá arriba, los
gavieros, que hab1an sido seleccionados por su juventud y actividad, formaban
un club aéreo, y se repantigaban satisfechos, apoyándose en las velas menores
enrolladas hasta formar una suerte de cojines, se contaban historias como
dioses perezosos o, con más frecuencia, observaban divertidos lo que ocurría
abajo, en el agitado mundo de la cubierta. No es extraño, pues, que una compañia
como aquélla agradara a un muchacho con el carácter de Billy. Sin dar motivo de
queja a nadie, siempre estaba alerta cuando lo llamaban. Así se había
comportado también en el barco mercante. Pero ahora mostró tal actitud
puntillosa en el cumplimiento de su deber, que sus nuevos camaradas se rieran a
veces de él, aunque con buena voluntad. Este celo exacerbado tenía una causa:
la impresión que le causó el primer castigo formal en la plataforma de
cubierta, castigo que presenció justo al día siguiente de su alistamiento obligatorio.
La pena recayó sobre un muchacho joven, un novato encargado de la guardia de la
maniobra de popa, que se había ausentado de su puesto cuando el buque iba a
realizar una bordada. Como consecuencia de su negligencia, hubo serios
problemas para realizar la maniobra, ya que ésta demandaba gran presteza en
largar y tirar de las jarcias. Cuando vio cómo la espalda desnuda del culpable
se cubria de rojas estrías bajo los latigazos, cuando, poco después, en el
momento en que el verdugo le arrojaba por encima su camisa de lana, se fijó en
el rostro dolorido y sombrio del joven ya liberado, y le vio a continuación
huir precipitadamente de la vergüenza pública para enterrarse entre la
multitud, Billy quedó horrorizado. Después de aquella experiencia tomó la
resolución de no hacerse acreedor por negligencia de una pena similar, y
decidió que no haria u omitirla nada que mereciera una amonestación verbal.
Cuál fue entonces su sorpresa y preocupación cuando se metió ocasionalmente en
pequeños problemas causados por ligeras infracciones del deber; como la
colocación del saco o algún desorden en la hamaca, asuntos que caían bajo la
inspección de los cabos de las cubiertas inferiores, y que le procuraron la
vaga amenaza de uno de ellos.
¿Cómo podía ocurrir, si era tan
cuidadoso con todas las cosas? No podía entenderlo, y esta idea lo mortificaba
continuamente. Cuando hablaba de ello con sus compañeros, ellos se mostraban
ligeramente incrédulos o encontraban algo cómico en su visible ansiedad.
-¿Es por tu saco, Billy? -decía
uno-. Bueno, pues entonces cósete dentro, niño bonito, y así estarás seguro de
que nadie mete las narices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario