La séptima función del lenguaje, L. Binet, p. 218
Ella también empieza con una
cita, pero elige a Pasolini. El ya legendario «Yo acuso» de Pasolini, publicado
en 1974 en el Corriere della Sera:
«Yo sé los nombres de los
responsables de la masacre de Milán de 1969. Yo sé los nombres de los
responsables de las masacres de Brescia y de Bolonia de 197 4. Yo sé los
nombres de personas importantes que, con la ayuda de la CIA, de los coroneles
griegos y de la Mafia han lanzado una cruzada anticomunista y a continuación
han reconstruido una virginidad antifascista. Yo sé los nombres de los que,
entre dos misas, han dado instrucciones y garantizado protección política a
viejos generales, a jóvenes neofascistas y, en fin, a criminales comunes. Yo sé
los nombres de las personas serias e importantes que se amparan detrás de
personajes cómicos o detrás de personajes tiernos. Yo sé los nombres de las
personas serias e importantes que se amparan detrás de los trágicos jóvenes que
se han ofrecido como asesinos y sicarios. Yo sé todos esos nombres y yo sé
todos los hechos, atentados contra las instituciones y masacres de los que
ellos son los verdaderos culpables».
La vieja brama y su voz
temblorosa resuena en el Archiginnasio.
«Yo sé. Pero no tengo pruebas. Ni
siquiera indicios. Yo sé porque soy un intelectual, alguien que escribe, que se
esfuerza por estar al tanto de todo lo que pasa, por conocer todo lo que se
escribe sobre lo que pasa, por imaginar todo lo que no se sabe o todo lo que se
calla¡ que pone en relación hechos que están alejados, que reúne los pedazos desorganizados
y fragmentarios de una situación política coherente y que restablece la lógica
ahí donde parecen reinar lo arbitrario, la locura y el misterio.»
Menos de un año después de este
artículo, Pasolini era asesinado, golpeado hasta morir en una playa de Ostia. Gramsci
muere en prisión. Negri está, a su vez, en una cárcel. El mundo cambia porque
los intelectuales y el poder están en guerra recíproca. El poder gana casi todas
las batallas, y los intelectuales pagan con su vida, o con su libertad, la
osadía de haber querido alzarse contra él, muerden el polvo, aunque no siempre,
y cuando un intelectual vence al poder, incluso a título póstumo, el mundo
realmente cambia. Un hombre merece el apelativo de intelectual cuando se
convierte en la voz de los sin voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario