Juventud, JM Coetzee, p. 110-111
-¿Por qué? -vuelve a preguntar
Mclver con impaciencia. -No me parece que trabajar en IBM sea demasiado
gratificante a nivel humano. No me llena.
-Siga.
-Esperaba algo más.
-¿Como qué?
-Esperaba amistad.
-¿Considera que el ambiente es
poco amigable?
-No, poco amigable no, en
absoluto. La gente ha sido muy amable. Pero la amabilidad y la amistad no son
lo mismo.
Había esperado que le permitieran
que la carta fuera su última palabra. Pero había sido una esperanza ingenua.
Debería haberse dado cuenta de que la considerarían el primer disparo de la
guerra.
-¿Qué más? Si tiene algo más en
mente, este es el momento de decirlo.
-Nada más.
-Nada más. Comprendo. Echa de
menos tener amigos. No ha hecho amigos.
-Sí, exacto. No culpo a nadie.
Probablemente sea culpa mía.
-Y por eso quiere dimitir.
Ahora que lo ha dicho le parece
una estupidez, es una estupidez. Le están manipulando para que diga
estupideces. Pero debería haberlo supuesto. Así le harán pagar el que los
rechace a ellos y al trabajo que le han dado, un trabajo en IBM, el líder del
mercado. Como un ajedrecista principiante, arrinconado en las esquinas y al que
han hecho mate en diez movimientos, en ocho, en siete. Una lección de
dominación. Bien, adelante. Que muevan sus fichas, que él seguirá con sus movimientos
de retirada estúpidos, fácilmente previsibles, fácilmente predecibles, hasta
que se aburran del juego y le dejen marchar.
Mclver da por terminada la
entrevista con brusquedad. De momento ya está. Puede regresar a su mesa. Por
una vez ni siquiera tiene la obligación de trabajar hasta tarde. Puede salir a las
cinco, con toda la tarde para él.
A la mañana siguiente, a través
de la secretaria de Mclver se ha cruzado con Mclver, que no le ha devuelto el
saludo, se le ordena que informe sin dilación a la oficina central de lBM en la
City, al departamento de personal. Está claro que al hombre de personal que
atiende su caso le han contado la queja
sobre las amistades que IBM ha sido incapaz de ofrecerle. Tiene una carpeta
abierta sobre la mesa; empieza el interrogatorio, va marcando temas tratados. ¿Cuánto
hace que no es feliz en el trabajo? ¿En algún momento habló de su
insatisfacción con su superior? Si no fue así, ¿por qué no lo hizo? ¿Sus
colegas de la calle Newman han sido abiertamente antipáticos? ¿No? ¿Podría
ampliar entonces el motivo de su queja? Cuanto más repiten las palabras amigo, amistad,
amigable, más raras suenan. Se imagina al hombre diciéndole que si está buscando
amigos, se inscriba en un club, juegue a bolos, haga volar maquetas de aviones
o colecciones sellos. ¿Por qué esperar que su empresa, IBM, lnternational
Business Machines, fabricante de calculadoras electrónicas y ordenadores, se
los proporcione? Por supuesto, el hombre tiene razón. ¿Qué derecho tiene a
quejarse, sobre todo en este país, donde todos son fríos con los demás? ¿Acaso
no es por eso por lo que admira a los ingleses, por su contención emocional?
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