Tan poca vida, Hanya Yanagihara, p. 23-236
Yo nunca he sido, y sé que tú
tampoco, de esas personas que creen que el amor que se siente por un hijo es
superior, más significativo, trascendente y grandioso que cualquier otro. No lo
sentí antes de que naciera Jacob y no lo sentí después. Pero es cierto que es
un amor singular, porque no se fundamenta en la atracción física, el placer o
el intelecto, sino en el miedo. Nunca has experimentado miedo hasta que tienes
un hijo, y tal vez eso es lo que nos induce a creer que es grandioso, porque el
miedo lo es. El primer pensamiento que acude a la mente todos los días no es “Lo
quiero” sino “¿Cómo se encuentra?”. De la noche a la mañana el mundo se
reorganiza en una carrera de terrores. Lo llevaba en brazos y esperaba a que
cambiara el semáforo para cruzar la calle, y pensaba en lo absurdo que era que
mi hijo, que cualquier criatura, confiara en sobrevivir. Su supervivencia
parecía tan improbable como la de una de esas pequeñas mariposas blancas de
finales de primavera que a veces veía revolotear, a pocos milímetros de
estamparse contra un parabrisas.
Y deja que te cuente un par de
cosas que aprendí. Lo primero es que da igual los años que tenga, o cuándo o
cómo se ha convertido en tu hijo. Una vez decides considerarlo hijo tuyo algo
cambia, y todo lo que has disfrutado de él, todo lo que has sentido por él, se
ve precedido por el miedo. No es algo biológico sino más bien extrabiológico,
no procede tanto de la determinación de asegurar la supervivencia del código
genético como del deseo de sentirse uno mismo inviolable ante los desafíos del
universo, de triunfar por encima de lo que busca destruir lo que es tuyo.
Lo segundo que aprendí es que
cuando tu hijo muere, sientes todo lo que esperabas sentir; han sido
sentimientos tan bien documentados por tantas personas que no me molestaré
siquiera en enumerarlos aquí. Solo decir que todo lo que se ha escrito sobre el
duelo viene a ser lo mismo, y eso por una razón: porque no hay ninguna
desviación real del guión. A veces sientes unas cosas más que otras, o las
sientes en otro orden o durante un tiempo más largo o más corto. Pero los
sentimientos siempre son los mismos.
Sin embargo, hay algo que todos
se callan; cuando se trata de tu hijo, una parte de ti, muy pequeña pero no por
ello desestimable, también siente alivio. Porque por fin ha llegado el momento que
estabas esperando, que has estado temiendo y para el que llevas preparándote
desde el día en que fuiste padre.
Ha llegado, te dices. Ya está
aquí.
Y después ya no temes nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario