En la Cancillería
Londres. Apenas ha comenzado el
primer trimestre de sesiones, y el lord Canciller está en Lincoln's Inn Hall.
Crudo tiempo de noviembre. Hay tanto lodo en las calles como si las aguas
hU'biesen retrocedido de nuevo de la faz de la Tierra y no resultase
sorprendente toparse con un megalosauro, de unos cuarenta pies, balanceándose
como un lagarto mastodóntico Holborn Hin arriba. El humo que se vierte de los cañones
de las chimeneas en forma de llovizna blanda y negra, con pequeños grumos de
hollín del tamaño de copos de nieve enlutada, se diría, por la muerte del sol.
Perros, irreconocibles de cieno. Caballos, no mucho mejor, cubiertos de barro
hasta las anteojeras. Transeúntes que entrechocan sus paraguas en una epidemia
de malhumor, y que pierden pie al doblar esquinas donde cientos de miles de
anteriores transeúntes se han resbalado y escurrido desde el amanecer (si es que
ha llegado a amanecer), añadiendo capas y más capas de un barro que se pega
tenazmente en esos sitios y que se acumula progresivamente ... Niebla por todas
partes. Niebla tío arriba, por donde este fluye entre verdes mejanas y prados;
niebla río abajo, por donde se desliza contaminado entre hileras de buques y de
detritus ribereños de una gran (y sucia) ciudad. Niebla en los marjales de
Essex, niebla en las colinas de Kent. Niebla que se desliza por los fogones de
los bergantines del carbón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario