TODO DEPENDE DE QUIÉN CUENTE EL
CHISTE
Mi primo me llamó por teléfono y
dijo: Te quiero presentar a mis socios. Quedamos de vernos el sábado a las
cinco y media en plaza México, afuera de los cines. llegué, eran tres, más mi
primo. Todas con una pelusilla oscura encima de los labios (teníamos dieciséis,
diecisiete años), la cara llena de espinillas que supuraban un liquido viscoso
amarillento, cuatro narices enormes (cada quien la suya), hacen la prepa con
los jesuitas. Nos estrechamos la mano. Me preguntan de dónde soy, dando por
hecho que no soy de Guadalajara, quizá porque al estrecharles la mano levanté
el dedo pulgar hacia el cielo. Digo que de Lagos, que viví ahí hasta los doce años.
No saben dónde queda eso. Explico que en Los Altos, a tres horas en coche. Mi
primo dice que de ahí es la familia de su papá y que su papá y el mío son
hermanos. Ah, dicen. Somos güeros de Los Altos, especifica mi primo, como si fuéramos
una subespecie de la raza mexicana, Güeros, y sus socios se miran entre sí,
unos a otros, con un brillito socarrón en sus miradas de clase media alta
tapatía, o clase alta baja, o incluso aristocracia venida a menos.
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