De Campo de retamas de Ferlosio, p. 61
(Supremo bien) Lázaro Carreter va equivocado
al tener por impropio que en España, donde la lluvia es más que en otras partes
bendición del cielo, los meteorólogos usen la expresión “riesgo de lluvias''·
Cien expresiones, como “promete sereno” y “amenaza nublado", demuestran
que el criterio del Buen Tiempo no es lo propicio para la necesidad, sino el
gusto del cuerpo a la intemperie. No mira al cielo pensando en la cosecha sino
en la hospitalidad del exterior, y el inocente egoísmo del presente elige siempre
el cielo azul. La gratitud del cuerpo al cielo azul enciende la alegría. El
cielo azul es alegre por sí mismo; no puede ser un símbolo de la alegría, pues según
la certera concepción escolástica –“algo que está en lugar de algo”-, el
símbolo ha de ser -por convención, por mimesis o por metáfora- un sustituto de
lo simbolizado, y el cielo azul no puede
estar en lugar de la alegría, porque tiene en sí mismo, y aun por excelencia,
la cualidad de lo alegre en cuanto tal. El cielo azul es la visión primordial a
que remite la idea más general de la alegría: todas las alegrías son como el
cielo azul. La reflexión de la felicidad debe empezar por la alegría, su
fainómenon; error de Savater dejarla a un lado como un accesorio. La relación
entre alegría y felicidad consiste en que ésta es condición de posibilidad de
aquélla: el infeliz no puede alegrarse con el cielo azul y a los desesperados
puede llegar a series hasta doloroso. Pero una nube que empaña el horizonte es
la figura más elemental, trivial, de la felicidad amenazada: es como si se
quisiese la felicidad no por sí misma, sino por la alegría que hace posible. “Perder
los ojos" dicen los italianos por “morir”; ¿es por las cuencas vaciadas de
la calavera o porque poder ver el cielo azul, el día luminoso, es tal vez, a la
postre, el bien mínimo y máximo, primero y último, de todo anhelo humano?
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