EL ASPIRANTE A PADRE
Mientras limpiaba la encimera de
la cocina después de cenar, Burrage miró casualmente por la ventana junto al
fregadero y vio la cara de una mujer que escudriñaba desde fuera. Tenía una
expresión fisgona, pero simpática. Era la cara de la señora Schultz, que vivía
al otro lado de la calle y solía deambular por el complejo de apartamentos
Heritage al anochecer, bajo el efecto de los fuertes fármacos para los dolores
que le daban después de cenar y a la hora de irse a la cama.
-Hola, señora Schultz -dijo
Burrage, saludando con el estropajo-. ¿Se encuentra bien? ¿Sabe dónde está?
-Creo que sí -dijo ella,
devolviéndole el saludo con la mano. Llevaba el pelo canoso liado en lo alto de
la cabeza, y las arrugas alrededor de su boca se levantaban cuando sonreía-. Supongo
que lo sé, si estoy enfrente de mi casa y tú eres quien creo que eres. Quería
ver a ese chico tuyo. Y, además, tengo sed. ¿Puedes pasarme un vaso de agua por
la ventana?
-No puedo, señora Schultz -dijo
Burrage. Con el aire aniñado y absorto que era habitual en él, señaló la ventana-.
Hay mosquitera. Y Gregory ya está en pijama. ¿Ve que se está haciendo tarde?
-La señora Schultz miró hacia arriba, pero aún era temprano para que hubiera
estrellas. Aun así, asintió-. Vamos, la acompaño a casa. -Se secó las manos,
sirvió un vaso de agua y echó una ojeada hacia el pasillo. La puerta de Gregory
estaba cerrada, pero Burrage lo oyó cantando. Salió con el agua para la
anciana, que lo esperaba cerca de la tuya, moviendo lentamente la mano
izquierda en el aire
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