1. Amory, hijo de Beatrice
Amory Blaine había heredado de su
madre todos los rasgos que, con excepción de unos pocos inoperantes y pasajeros,
hicieron de él una persona de valía. Su padre, un caballero inútil y desgarbado
que unía la afición a Byron a la costumbre de dormitar sobre la Enciclopedia
Británica, se hizo rico a los treinta años gracias a la muerte de sus dos
hermanos mayores, afortunados agentes de Bolsa de Chicago; en su primera
explosión de vanidad, creyéndose el dueño del mundo, se fue a Bar Harbar, donde
conoció a Beatrice O'Hara. Fruto de tal encuentro, Stephen Blaine legó a la
posteridad toda su altura -un poco menos de un metro ochenta- y su tendencia a
vacilar en los momentos cruciales, dos abstracciones que se hicieron carne en
su hijo Amory. Durante años revoloteó alrededor de la familia: un personaje
dubitativo, una cara difuminada bajo un pelo gris mortecino, siempre pendiente
de su mujer y atormentado por la idea de que no sabía ni podía comprenderla ..
.
En cuanto a Beatrice Blaine ... ,
¡vaya mujer! Unas viejas fotografías tomadas en la finca de sus padres en Lake
Geneva, Wisconsin, o en el Colegio del Sagrado Corazón de Roma -llevada allí por esa extravagancia pedagógica
reservada, en
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