De Mi padre y yo de JR Ackerley, p. 224
Sin embargo, a veces, cuando la miraba, pensaba que el Amigo
Ideal, que ya no deseaba, tal vez nunca había deseado, debía haber sido un animal-hombre,
la mente de mi perra, por ejemplo, en el cuerpo de mi marinero, el perfecto
cuerpo masculino siempre al servicio de uno a través de la devoción de un
animal leal y sin sentido crítico.
No quisiera, sin embargo, dar la impresión de que no tuve
ninguna relación sexual durante mis años con ese animal. Ya no intentaba
tenerlas y ni siquiera pensaba en ellas cuando estaba en Inglaterra, pero aquí
se me presentó en dos ocasiones la oportunidad de tenerlas, sin que yo lo
buscara, de manera inesperada, y cada vez que iba al extranjero automáticamente
volvía a intentar tener relaciones sexuales. No iba mucho al extranjero,
prefería pasar las vacaciones con mi perra, pero en las pocas ocasiones que la
dejé, cuando estaba ya vieja y apenas se movía, y fui a Francia, Italia, Grecia
y el Japón, traté de tener aventuras sexuales y las tuve. Con ellas volvieron
todas las antiguas ansias y preocupaciones, incluso los desengaños amorosos,
que había tenido durante toda mi vida, a los que se añadieron la obsesión más
reciente a la que ya he aludido: la impotencia. Esta obsesión, hacia la que tal
vez tendían todas las demás y era su fase última, se convirtió en la principal.
Cada vez que iba a ir a la cama con alguien, me atormentaba la misma preocupación:
«¿Podré funcionar?» Intentaba, a veces antes de que tuviera lugar el encuentro,
otras veces con los ojos cerrados durante el acto deseado y a la vez temido,
tener un estado de ánimo propicio, autosugestionarme con la idea de que estaba
absolutamente tranquilo y cómodo, era aceptado y libre y me sentía seguro y
feliz, de que todo marchaba «perfectamente». Alguna vez lo conseguía; con
frecuencia, tal vez el temor mismo de sentir la frustración y la humillación del
fracaso me hacía fracasar.
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