Durante todos los años de mi
triste juventud, Huysmans fue para mí un compañero, un amigo fiel; jamás dudé,
jamás estuve tentado de abandonar ni de decantarme por otro tema; al fin, una
tarde de junio de 2007, después de esperar mucho tiempo, después de mucho
vacilar y más incluso de lo admisible, defendí mi tesis doctoral ante el
tribunal de la Universidad de París IV-Sorbona: Joris-Karl Huysmans, o la
salida del túnel. A la mañana siguiente (o tal vez esa misma noche, no puedo asegurarlo, pues la
noche de mi defensa fue solitaria y muy alcoholizada), comprendí que acababa de
concluir una parte de mi vida y que probablemente sería la mejor.
Eso es lo que les ocurre, en
nuestras sociedades todavía occidentales y socialdemócratas, a cuantos acaban
sus estudios, pero la mayoría no adquieren conciencia de ello o no lo hacen de
forma inmediata, pues están hipnotizados por el deseo de dinero, o quizá de
consumo los más primitivos, aquellos que han desarrollado una adicción más
violenta a ciertos productos (son una minoría, pues la mayoría, más reflexivos
y pausados, desarrollan una simple fascinación por el dinero, ese infatigable
Proteo)
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