De Sumisión de Houellebecq, p. 252-253
Diez preguntas sobre el islam era
en efecto un libro sencillo, estructurado de manera muy eficaz. El primer capítulo,
que respondía a la pregunta: “¿Cuáles son nuestras creencias?”, casi no me aportó nada nuevo.
Era a grandes rasgos lo que Rediger me había dicho la víspera, a lo largo de la
tarde que pasé en su casa: la inmensidad y la armonía del universo, la
perfección del diseño, etc. Seguía luego un breve desarrollo sobre la sucesión
de profetas, que concluía con Mahoma.
Como sin duda la mayoría de los
hombres, me salté los capítulos consagrados a los deberes religiosos, a los
pilares del islam y al ayuno, para ir directamente al capítulo VII: “¿Por qué
la poligamia?”, La verdad era que el argumento era original: para llevar a cabo
sus sublimes designios, exponía Rediger, el Creador del universo pasaba, en lo
relativo al cosmos inanimado, por las leyes de la geometría (obviamente no una
geometría euclidiana; tampoco una geometría conmutativa; pero geometría al fin
y al cabo). En cuanto a los otros seres vivos, por el contrario, los designios
del Creador se manifestaban a través de la selección natural: gracias a ésta,
las criaturas animadas alcanzaban su máxima belleza, vitalidad y fuerza. Y
entre todas las especies animales, de las que el hombre formaba parte, la ley
era la misma: sólo algunos individuos estaban llamados a transmitir su esperma
y a engendrar la generación futura, de la que a su vez dependería un número
indefinido de generaciones. En el caso de los mamíferos, y teniendo en cuenta
el tiempo de gestación de las hembras comparado
con la capacidad de reproducción casi ilimitada de los machos, la presión
selectiva se ejercía principalmente sobre los machos. La desigualdad entre
machos -si a unos se les concedía el goce de varias hembras, otros forzosamente
se verían privados de ello- no debía verse como un efecto perverso de la
poligamia, sino como pura y llanamente su objetivo real. Así se cumplía el
destino de la especie.
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