Había una jarra de limonada recién hecha. Ofelia sirvió dos vasos y le tendió uno a Ginebra.
-Gracias. Sí, sí, estoy bien. Un poco cansada quizás. Y un poco desesperada. He roto con Norman.
-¡Vaya! ¿Qué ha pasado?
-Me dijo que se acostaba con su mujer.
Ofelia se la quedó mirando unos segundos, con cara de incredulidad, y acto seguido se echó a reír a carcajadas. Intentó hablar pero se atragantó y se puso a toser. Ginebra, convencida de que lo que acababa de contar era algo horrible, en absoluto divertido, pensó que no la había entendido bien. Cuando por fin se recuperó y pudo hablar, Ofelia dijo:
-Pero, criatura, al margen de las necesidades físicas de cada uno, acostarse con el marido, o con la mujer, es cuestión de cortesía, de buena educación. Seguro que contigo es totalmente diferente.
-¿Cuestión de cortesía irse a la cama con alguien?
Ofelia se echó a reír de nuevo.
-¿Cómo puedes ser tan ingenua para algunas cosas, y tan lista y retorcida para otras?
-No lo sé, le dije cosas horribles. Le dije que su mujer debía de ser gorda y fea, como todas las inglesas. Nunca me lo perdonará.
Ofelia se volvió a atragantar con la limonada, unas gotitas le mancharon la chaqueta. Siguió riendo.
-¡Pobre hombre!
-¿Tú crees?
-Yo creo que se merece una disculpa.
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