CAPITULO 1
No me gusta ni mi cara ni mi
nombre. Bueno, las dos cosas han acabado siendo la misma. Es como si me encontrara
infeliz dentro de este nombre pero sospechara que la vida me arrojó a él, me
hizo a él y ya no hay otro que pueda definirme como soy. Y ya no hay
escapatoria. Digo Rosario y estoy viendo la imagen que cada noche se refleja en
el espejo, la nariz grande, los ojos también grandes pero tristes, la boca bien
dibujada pero demasiado fina. Digo Rosario y ahí está toda mi historia contenida,
porque la cara no me ha cambiado desde que era pequeña, desde que era una niña
con nombre de adulta y con un gesto grave. Digo Rosario y parece que estoy
oyendo a mi madre, cuando aún pronunciaba mi nombre por este pasillo, cuando
aún recordaba mi nombre y venía a traerme la comida en la bandeja con ese
vaivén con el que andaba penosamente, siempre torcida hacia la izquierda,
siempre con un aire de desilusión que se disipaba cuando hablaba con mi hermana
por teléfono.
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