De Mi padre y yo de JR Ackerley
No obstante, he de decir, no vaya
a parecer que estoy haciendo alarde de ello, que mi ascenso no se debió a que
yo poseyera especiales dotes de soldado ni a que hubiera hecho méritos, sino al
simple hecho de que casi todos los demás oficiales de mi batallón habían
resultado muertos el 1 de julio de 1916 en la acción en la que yo había
recibido mis heridas.
Esas heridas mías no dejan de
tener interés, o por lo menos lo tienen para mí. Me enseñaron algo que iba a
volver a notar muchas veces en mi carácter, que tengo un instinto de
conservación bastante desarrollado, tanto en sentido físico como moral. ¿Qué
habría pensado de mí el veterano de Tel-el--Kebir si hubiera sabido tanto como
yo sabía acerca de mis heridas? La batalla del Somme, la operación maestra de
Sir Douglas Haig ha sido descrita muchas veces. Ese ataque total, a fondo, se
preparó mediante el bombardeo incesante de las líneas alemanas, prolongado
durante muchos días y tan intenso que, según se nos dijo, toda resistencia iba
a ser aplastada, las alambradas del enemigo destruidas, sus trincheras
arrasadas, y los pocos alemanes que sobrevivieran iban a quedar reducidos a un
estado de imbecilidad babean te. Para nosotros iba a ser un paseo. Pero muy
diferente fue el recibimiento que nos hicieron. Cuando al fin salimos de las
trincheras y nos lanzamos al ataque en plena luz del día, el aire estaba
plagado de murmullos, zumbidos y plañidos que sonaban como enjambres de avispas
y avispones, pero eran, naturalmente, balas. Lejos de haber sido aplastados, los
alemanes estaban en pleno uso de sus facultades, que eran superiores a las
nuestras; sus francotiradores y ametralladores más certeros nos estaban
esperando con absoluta sangre fría. El
cuartel general, como después se supo, les había dado la batalla a ellos al
distinguirnos, por un prurito esnob, a los oficiales de los soldados, pues nos
habían dado revólveres en lugar de rifles y señalado nuestro grado claramente
en los puños. De ese modo, los «imbéciles de baba» que se enfrentaron a
nosotros pudieron matar primero a los oficiales, que eran las instrucciones
precisas que habían recibido, y dejar así a nuestro ejército prácticamente sin jefes.
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