De Campo de retamas de RSFerlosio, p.174-175
Lo ilustraré con un ejemplo
sumamente genérico: a cada paso estamos leyendo el estereotipo de «un merecido
descanso», fórmula tan manida que ya ni siquiera detenemos el oído. Pero si
este estereotipo se nos viene de pronto a la memoria al leer en otros textos
diferentes otras dos expresiones parecidas y no menos rutinarias, como “una
sana alegría” o “un honesto esparcimiento”, salta al instante el timbre que nos
advierte de la eventual presencia de una posible ideología. ¿Por qué -nos preguntamos-
el descanso tiene que ser “merecido”, la alegría tiene que ser “sana” y el
esparcimiento tiene que ser “honesto”? Debe de haber una mentalidad para la que esas tres cosas sólo
son tolerables si vienen avaladas por una justificación moral. La prueba
inversa, que confirma la sospecha, está en el hecho de que a ninguna de las
tres cosas contrarias, a saber: el cansancio, la tristeza y el aburrimiento, se
les exija, en absoluto, alguna suerte de justificación moral equivalente. A mi
entender, el caso pone de manifiesto la acrisolada pervivencia de una
mentalidad para la que todo lo placentero, como el descanso, la alegría y el
esparcimiento, sólo es lícito cuando está moralmente justificado. De manera que
los tres estereotipos recogidos serían improntas dejadas en el habla por una
añeja tradición de ideología represora.
En un texto ya muy antiguo
remitía yo, como de broma, mi manera de discurrir a la de aquel admirable
personaje de Edgar Allan Poe en sus dos relatos policíacos, “El doble asesinato
de la calle Morgue” y “El misterio de Marie Roget”, o sea, el detective
aficionado Auguste Dupin, que para la investigación de ambos casos se encerraba
con su amigo, el cronista de la historia, en una habitación con luz
artificial-incluso durante el día, previo cierre de persianas- y sólo se servía
de las reseñas y los comentarios de los periodistas de sucesos para sus
deducciones. Pues bien, hace sólo unos días mi mujer, Demetria Chamorro,
releyendo aquellos dos relatos e informada de lo que yo quería escribir para
esta ocasión, me dijo de pronto: “Mira lo que dice aquí”, y me leyó el juicio
que a Monsieur Dupin le merecía el método de Vidocq, un inspector de la policía
de París, que es el siguiente: «Era un hombre muy perseverante y lograba
excelentes conjeturas. Pero, al no tener un pensamiento adiestrado, se
equivocaba constantemente por la
intensidad misma de sus investigaciones. Alteraba su visión por mirar el objeto
desde demasiado cerca ... En el fondo se trataba de un exceso de profundidad, y
la verdad no siempre está dentro de un pozo. En realidad, creo que en lo que se
refiere al conocimiento más importante, la verdad es siempre superficial. Hasta
aquí la cita de Edgar Allan Poe, la cual redunda demasiado a favor de lo que he
dicho de mis procedimientos como para que no les prevenga honestamente de que
ni a Monsieur Dupin, ni mucho menos, por supuesto, a mí, nos tome nadie
demasiado en serio.
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