«Todas las creaciones intelectuales
y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor
recepción en la mente de las masas cuando éstas saben que en algún lugar detrás
de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas.”
En el año 2003 me topé con esta frase provocativa leyendo una carta al director
publicada en la revista The Open Eye, una publicación interdisciplinar que
venía leyendo diligentemente desde hacía varios años. La frase no la había
escrito quien firmaba la carta, Richard Brickman. Citaba a una artista cuyo
nombre jamás había visto en letra impresa: Harriet Burden. Brickman afirmaba que
Burden le había escrito una larga carta acerca de un proyecto que deseaba hacer
público a través de él. Aunque Burden había expuesto su obra en Nueva York en
las décadas de 1970 y 1980, se sintió desilusionada por la recepción que obtuvo
y abandonó por completo el mundo del arte. A finales de los años noventa, Burden
inició un experimento que tardó cinco años en completar. Según Brickman, Burden se valió de
tres hombres que le sirvieron de fachada para presentar su propia obra. Tres
exposiciones individuales en distintas galerías neoyorquinas, atribuidas
respectivamente a Aman Tish (1998), Phineas Q Eldridge (2002) y al artista conocido
por Rune (2003), se debían en realidad a la mano de Burden. La artista presentó
el proyecto completo bajo el tirulo Enmascaramientos y declaró que su propósito
no consistí sólo en denunciar el prejuicio antifemenino del mundo del arce sino
que, además, pretendía desvelar la complejidad de la percepción humana
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