De S. de John Updike, p.73-74
Mi querido Charles:
Tu carta me causó gran pesar.
Cómo lamento que Midge te diera mi dirección, a pesar de todas mis súplicas; aunque,
por supuesto, estaba segura de que te la daría. No en vano ella todavía está
inmersa en tu mundo, todavía está muy impura. Incluso el propio lrving, y lo
siento de veras, se limita a jugar a dvandvanbhighata, esto es, cerrar los ojos
a la discordia generada por parejas de elementos antagónicos. Tú y yo, mi vida,
ahora lo veo, éramos una de estas parejas antagónicas y conflictivas.
Hablas de nuestras cuentas
bancarias y acciones. Incluso llegas a emplear el calumnioso término de “robo”.
¿No eran bienes conjuntos? ¿Acaso no trabajé yo para ti durante veintidós años
sin percibir salario, en calidad de concubina, anfitriona, ama de llaves,
cocinera, calientacamas, masajista, amistosa consejera y anuncio ambulante -con
mis trajes y accesorios, mi estilo, mi acento, hasta con mi complexión corporal
y tono muscular-, anuncio, decía, de tu nivel social y de tu prosperidad? ¿Cómo
es posible que estés tan encenagado en la prakriti como para que te importen
los números que se imprimen en los extractos de cuentas que, de todos modos,
nunca te molestabas en leer? Esos números fluían de forma inevitable y sin
esfuerzo de tu trabajo; tú no trabajabas para producirlos. Las cuentas las
llevaba yo. Para ti, lo mismo que para nosotros, aquí, en el ashram, el trabajo
es un culto; solo que tú rindes culto a un dios estúpido, un dios abúlico y
mofletudo de respetabilidad y signos externos, un dios pijo, de apariencias, de
coche caro, zapatos de firma y barrio residencial, de adquisiciones que se
degradan y se convierten en desperdicios, mientras que los que toman la senda
del yoga y la negación del ego se subliman en la samadhi y el vacío gozoso del
Mahabindu. Te compadezco, tesoro. Tu cólera es como la del niño de pocos meses
que golpea el pecho de la madre con sus débiles bracitos de goma, sin producir
más efecto que una carcajada de amor y comprensión.
No tienes inconveniente en
mezclar en esto a nuestra hija. Dices que Pearl está horrorizada. Me amenazas
con la pérdida, no ya de su afecto, sino de toda comunicación con ella. Dices
que me repudiará. Absurdo. No se puede repudiar a la madre ni al padre. Los
padres pueden repudiar a un hijo, para
desheredarlo, pero los padres son irrenunciables.
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