De En el
Estado de Juan Benet
Pues bien, le
diré que el verdadero orgasmo se abre siempre a las tinieblas. Una caída en el
abismo, una condenación que ansían todas las vísceras y que queda suspendida en
cuanto, aprovechando ese primer instante en que la sangre deja de hervir, la
razón se aferra al primer punto firme que encuentra, pues sabe que es la única -no las vísceras ni
el cuerpo ni el apetito de entrega- que se juega su subsistencia. El principio
de individuación ¿no es así? Sí, lo que nos distingue a los héroes es nuestra
ofuscación. En épocas normales apenas nos diferenciamos de los demás e incluso
llegamos a parecer más toscos y simples que nuestros congéneres pero ¡ah! en
cuanto nos ofuscamos ... la cosa cambia. No, no es sólo una transfiguración ni
una transubstanciación. Mucho más que eso. Somos cráteres, verdaderos puntos de
salida de una energía que el universo guarda con el mayor celo y sólo en muy
contadas ocasiones y a través de muy escogidos individuos emite con inusitada
violencia acaso para apaciguar las tensiones a que su atesoramiento le obliga. Comprenderá
usted, mi querido amigo, que siendo los orificios de tales emisiones de
nuestros cuerpos -sí, nuestros cuerpos-, serán distintos. Cómo no vamos a
ofuscarnos.
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