De Otoño en Madrid hacia 1950 de J. Benet
En otro momento me veo haciendo el inventario
trimestral del almacén de la cocina de oficiales y, entre otras cosas, obligado
a contar los huevos que contenía un enorme cesto de mimbre. Ante el miramiento
con que, temeroso de romper uno, inicié la operación, el sargento me reprendió:
“Esta visto que nunca has contado huevos” “No, sargento mío” “Te he dicho mil
puñeteras veces que no me llames sargento mío, que parece cosa de maricones, a
la próxima te mando a la preven” “Está bien, pero sepa que está permitido – y a
veces es aconsejable- colocar el pronombre después del sustantivo” “Déjame de
leches y a ver si aprendes a contar huevos. En el ejército se aprenden cosas
que no se enseñan en ninguna parte” “¿Cómo por ejemplo contar huevos” “Exacto,
cosas útiles que sirven para la vida. Los huevos se cuentan por medias docenas,
a ver si te enteras, cogiendo tres en cada mano. Así” “¿Y qué hago con los que
ya he contado?” “Trae aquel otro cesto y los vas poniendo ahí ¿entendido? Ah,
los reclutas no sabeis nada de la vida. Y tú mucho ingeniero pero no sabes
contar huevos” Y se fue, dejándome indefenso ante uno de los problemas más
irresolubles que entonces se me hubiera planteado, pues ¿cómo introducir en el
fondo de aquel cesto, ocupadas ambas manos, los seis huevos. La solución para otro
momento)
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