Los dos chicos mataban el tiempo
en la estación central de Roma.
-¿A qué hora llega su tren?
-preguntó Nerón.
-Dentro de una hora y veinte
-dijo Tiberio.
-¿Y piensas quedarte todo el rato
así? ¿Vas a esperar a esa mujer sin moverte ni un ápice?
· -Sí.
Nerón suspiró. La estación estaba
vacía, eran las ocho de la mañana, y ahí estaba: esperando ese maldito Palatino
proveniente de París. Miró a Tiberio, que se había acostado sobre un banco con
los ojos cerrados. Podía perfectamente marcharse sin hacer ruido y volverse a
meter en la cama.
-Quieto ahí, Nerón -dijo Tiberio
sin abrir los ojos.
-No me necesitas para nada.
-Quiero que la veas.
-Bueno.
Nerón volvió a sentarse
pesadamente.
-¿Qué edad tiene?
Tiberio hizo un cálculo mental.
No sabía con exactitud qué edad podía tener Laura. Cuando se conocieron, en el colegio,
él tenía trece años y Claudio doce y, por entonces, el padre de Claudio llevaba
ya bastante tiempo casado en segundas nupcias con Laura. Eso quería decir que
debía de tener casi veinte años más que ellos. Durante mucho tiempo él había
creído que Laura era la madre de Claudio.
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