De Todo esto acabará de Milena Busquets, p.73-74
En ese momento, llama Guillem
para decirme que llegará al día siguiente. Sofía no ha coincidido nunca con él
y tiene mucha curiosidad por conocerle. Me cuesta imaginar a dos personas más
diferentes. Sofía, mundana, generosa, tolerante, honesta y transparente, tan
entusiasta e infantil, apasionada y narcisista. Y Guillem, que es el hombre más
socarrón, irónico y campechano que
conozco. Con unos principios inamovibles y nula paciencia para las tonterías.
Sofía es capaz de llamarme a primera hora de la mañana para decirme que no ha
podido pegar ojo en toda la noche, porque está en una fase de máxima
creatividad, en la que no deja de tener ideas para transformar y combinar la
ropa de la temporada pasada, mientras que Guillem se viste casi únicamente con
camisetas viejas de las que diseñan y venden sus alumnos del instituto para
irse de viaje de fin de curso. Ella es diminuta y delicada como una muñeca
china articulada y él, que cuando le conocí era tan delgado como lo es ahora
nuestro hijo, se ha convertido en un hombre sólido y vigoroso, que es lo que
siempre ha sido/Nuestro interior acaba atrapándonos siempre. Acabaremos siendo
quienes somos, la belleza y la juventud sólo sirven para camuflarnos durante un
tiempo. En ciertos momentos, creo que empiezo a entrever la cara que tendrán
mis amigos, lo ignoro todo de la de mis hijos, es demasiado pronto, están
inundados de la luz de la vida, reverberan, y apenas oso mirar la mía de reojo,
de lejos. La tuya, mamá, desapareció detrás de la máscara que te puso la enfermedad.
Me esfuerzo cada día en volver a verla, en atravesar los últimos años y encontrarme con
tu mirada verdadera, antes de que se volviese de piedra. Es como ir con un
martillo derribando muros. Ocurre lo mismo con la tristeza que, como finísimas
capas de cristal crujiente, se va depositando sobre nosotros, nos va cubriendo
poco a poco. Somos como el guisante del cuento, enterrado debajo de mil
colchones, como una luz brillante que parpadea débilmente. Y, como en los
cuentos, sólo el amor verdadero, y a veces ni siquiera eso, puede acabar con la
pena. El tiempo la mitiga, como hace con nosotros, como un domador de circo.
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