Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA INFANCIA ANTES Y AHORA

De También esto pasará de Milena Tusquets, p. 160-161
Llegamos a una casa grande de salones blancos, sofás de piel viejos llenos de cojines y alfombras orientales cubriendo un suelo de terrazo rojo. Hay velas por todas partes, algunas ya completamente consumidas. Los grandes ventanales que dan al pueblo y al mar están abiertos de par en par y las cortinas livianas y pálidas revolotean como velas cautivas. Hay mucha gente, música, drogas esparcidas por las dos mesas bajas, alcohol y unos restos de fruta desmayada en unos grandes cuencos de colores. Reconozco a algunos de los otros náufragos del pueblo, hijos de los primeros colonos, intelectuales y artistas que, en los años sesenta, llegaron a Cadaqués y lo llenaron de gente atractiva, con talento, ganas de cambiar el mundo y, sobre todo, de divertirse. Reconozco al instante a los hijos de aquella generación, a los asilvestrados que, como yo, fueron educados por padres lúcidos, brillantes, exitosos y muy ocupados, adultos empeñados en que el mundo fuese una fiesta, su fiesta. Somos, creo, la última generación que tuvo que ganarse, a pulso, el interés o la atención de sus padres. En muchos casos, lo conseguimos cuando ya era demasiado tarde. No consideraban que los niños fuesen una maravilla, sino un engorro, unos pesados a medio hacer. Y nos convertimos en una generación perdida de seductores natos. Tuvimos que inventar métodos mucho más sofisticados que simplemente tirar de la manga o echarnos a llorar para que nos hiciesen caso. Se nos exigía el mismo nivel que a los adultos, o al menos que no molestásemos y dejásemos hablar a los mayores. La primera vez que te enseñé una redacción escrita por mí, que había ganado un premio en el colegio debía de tener unos ocho años-, me dijiste que no te enseñase nada más hasta que tuviese mil páginas escritas, que menos que eso no era una tentativa seria. Las buenas notas eran recibidas como una obviedad, las malas, con cierto fastidio, pero sin grandes broncas ni castigos. Ahora tengo la casa forrada con los dibujos de mi hijo pequeño y escucho al mayor tocar el piano con la misma reverencia que si fuese Bach resucitado. A veces me pregunto qué ocurrirá cuando esta nueva generación de niños cuyas madres  consideran la maternidad una religión -mujeres que dan de mamar a sus hijos hasta que tienen cinco años y entonces alternan el pecho con los espaguetis, mujeres cuyo único interés y preocupación y razón de ser son los niños, que educan a sus hijos como si fuesen a reinar sobre un imperio, que inundan las redes sociales de fotos de sus retoños, no sólo de cumpleaños o viajes sino de sus hijos en el váter o sentados en un orinal (no hay amor más impúdico que el amor maternal contemporáneo)crezcan y se conviertan en seres humanos tan deficientes, contradictorios e infelices como nosotros, tal vez más incluso, no creo que nadie pueda salir indemne de que le fotografíen cagando.

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