De Una habitación ajena de Alicia Giménez Bartlett, p.92-93
Ni en los diarios ni en toda la
bibliografía al caso que he consultado existe referencia alguna a que los
criados de los miembros del grupo de Bloomsbury se reunieran con una frecuencia
concreta. Sin embargo, se denominaban a sí mismos como «la pandilla» y Nelly
alude a alguna celebración en la que habían estado todos juntos, partiendo la
iniciativa de ellos mismos. Es fácilmente deducible que se encontraran en
visitas que sus señores se hacían los unos a los otros y durante las que los
acompañaban. Tampoco esta costumbre debía ser demasiado común, por cuanto en
aquella época y teniendo el grupo de Bloomsbury las ideas que tenía, parece
probable que el uso de que los criados viajaran o acompañaran a los amos en sus
compromisos estaba ya bastante superado.
Sin embargo, todos los criados
del ilustre y selectivo grupo se conocían, se trataban y eventualmente se
reunían. El dato más significativo de este hecho es justamente el apelativo con
el que ellos mismos se bautizaron: “la pandilla”. Hay ahí no pocos datos
sustanciosos para la novela que estoy escribiendo. En primer lugar puedo notar
una distinción de camarilla. Reconocían la singularidad del conjunto de sus
amos, su entidad como grupo con especiales características, y sentían en su
propia existencia colectiva la pertenencia a una élite muy alejada de la
sociedad circundante. Ellos eran «la pandilla», y aunque el resto de criados
con los que debían relacionarse no entendiera la particularidad de su unión,
ellos sí estaban en el secreto del vínculo. Sus señores eran artistas e
intelectuales, excéntricos, despectivos con las normas, amorales en cuanto a sexo,
superiores en el conocimiento, burlones con la sociedad convencional, bohemios en las costumbres ... a
todas luces diferentes. Por tanto, los criados. capaces de comprender tanta singularidad,
cercanos a tanta ilustración, son por definición también distintos al resto de
criados y disfrutan por emanación y por contacto de las virtudes de sus amos.
Es imposible no ver en esa
autodefinición una sutil ironía. «El grupo de Bloomsbury» es paralelo a «La
pandilla de Bloomsbury”. El término pandilla encierra una divertida rechifla. A
esos señores a los que sirven, y que los distinguen frente a los demás, los
criados los conocen en profundidad: sus reuniones, sus fiestas, sus
conversaciones a menudo algo infantiles, sus quimeras, sus deseos de
originalidad, sus miserias sexuales, sus idealismos fantasiosos, sus egoísmos y
megalomanías. ¿Y ... ? Junto a esta frecuentación casi íntima con sus señores,
está la indiscutible permanencia de los sirvientes en el mundo diario, en la
vida normal, en la realidad social más común, muy distinta de la realidad que
el grupo de Bloomsbury creó para propio disfrute. Son algo así como hermanos
mayores que tienen que bregar con la existencia, mientras que los pequeños
pueden seguir en su ensoñación. Esto los dota de suficiencia, de retranca,
incluso de una cierta superioridad sobre sus empleadores, una actitud parecida
a la de Sancho frente a Don Quijote, si bien a menudo menos compasiva. Y existe
también solidaridad entre ellos: “menuda pandilla estamos hechos”, “nosotros sí
sabemos lo que es aguantar a gente especial”... cualquiera de estas frases
podría ser atribuida a cualquiera de los sirvientes.
(En la foto, la cocinera de Virginia)
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