De También esto pasará de Milena Busquets, p.158-159
-¿Qué haces aquí sola?
-Pues no sé. Últimamente todo el
mundo me abandona, mi ex marido, mi mejor amiga, mi amante ...
- Vamos -dice, cogiéndome de la
mano-, te llevo a una fiesta.
Le miro de reojo mientras
recorremos las calles del pueblo. El rey del mundo, el yonqui deportista, el
mujeriego impenitente, se ha convertido en un mendigo cubierto de cenizas. Nos
conocemos desde niños pero no nos hicimos amigos hasta pasados los veinte años,
cuando la diferencia de edad -él es nueve años mayor que yo- dejó de ser
aparente y de importar, yo dejé de ser una renacuaja para él, aunque me lo siguió llamando siempre, y él dejó de
ser un viejo para mí. Tenía la combinación perfecta de luz y oscuridad de los
hombres malditos y románticos, esa luminosidad eléctrica que hace que los demás
se acerquen a ellos como polillas a la llama, ojos de cervatillo y una vida
absolutamente disoluta, narcotizada y ociosa, caótica y ensimismada. Una
belleza física tan notable que durante años ninguna mujer se le resistió, yo
tampoco, y más de una noche vimos amanecer juntos, acurrucados en alguna playa
o refugiados en algún portal. Pero, a pesar de la simpatía que nos teníamos,
nunca hicimos nada por vernos en Barcelona, donde vivíamos los dos, nunca nos intercambiamos
los números de teléfono. Nacho era parte del verano, como los paseos en barca,
las siestas en la hamaca o el pan recién hecho que comprábamos de madrugada,
directamente en el horno donde lo amasaban unos hombres arremangados y cansados
que nos miraban con ojos tristes, y que devorábamos antes de irnos a casa a
dormir. Nunca se me ocurrió que pudiese existir en otro lugar que en Cadaqués. Al
final, la cocaína se convirtió en su única novia, le transformó aquella sonrisa
arrebatadora en un rictus tenso y desencajado y le robó la mirada de cachorro para
sustituirla por unos ojos astutos, hambrientos y nublados. Su cuerpo tan
flexible y distinguido es poco más que un esqueleto, pienso, mientras subimos
por una de las cuestas empedradas del pueblo; se mueve con rigidez y tengo la
sensación de que cada paso que da le golpea y le duele, como si estuviese
hueco; supongo que cada cuerpo cuenta su historia de voluptuosidad y de horror
y de desamparo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario