Creo sentir la misma fascinación
por el llamado grupo de Bloomsbury que sienten muchos de mis contemporáneos de cualquier
nacionalidad. El motivo se me antoja simple. Al margen de cualquier
consideración artística o literaria, ese puñado de intelectuales se anticipó a
un sueño que mezcla lo social y lo individual y por el que suspirábamos y
siempre suspiraremos la gente que formamos parte de la generación que de algún
modo quedó marcada por mayo del 68. Estoy refiriéndome a la libertad. Libertad
sexual, de pensamiento, de creación. Libertad en las relaciones humanas. en el
modo de vida, en la negación de lo convencional.
Hace tiempo que vengo leyendo
casi todo lo que se publica sobre Bloomsbury y sus protagonistas, pero hay que
reconocer que el mayor filón informativo, el más directo y fiable lo
constituyen los diarios de Virginia Woolf. En ellos se encuentra la esencia, el meollo, el quid de la cuestión. Nadie como
la escritora personaliza el espíritu de Bloomsbury, con todo lo que ello implica
de grandeza, belleza, genio. pero también miseria y contradicción. Esa
contradicción me interesó siempre. Pareciéndome especialmente esclarecedores de
su existencia los pasajes del diario de la Woolf que hacen mención a su
relación con sus criadas de toda la vida: Nelly Boxall y Lottie Hope.
Para colmo de incentivos a mi
atención quedé pasmada al leer en el diario de Virginia la siguiente entrada
correspondiente al 15 de diciembre de 1929: «Si yo no hubiera escrito este
diario y un buen día cayera en mis manos, intentaría escribir una novela sobre
Nelly, su personaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario