De S. de John Updike, p. 28
Estudia mucho, y no te dejes
tentar por las drogas. People (que solo leo en el dentista, pero allí la
devoro, lo reconozco) y National Enquirer (de la que Irving, mi maestro de
yoga, es incondicional, por su dimensión espiritual y sus noticias sobre temas
espaciales y de ovnis) están llenas de noticias sobre los jóvenes aristócratas
ingleses y su terrible adicción a la droga, a la que les lleva, imagino, el
afán de imitar a sus estrellas del rock, un complejo de culpabilidad de clase y
un subconsciente impulso de autodestrucción de raíz marxista. Pero una joven americana
no tiene motivos para eso. Tu madre, como tú sabes, no es una beata, pero creo
firmemente que nuestro cuerpo, tal como lo hizo Dios, sin aditivos, no solo dura
más sino que es mucho más divertido. Y, otra cosa, no te entusiasmes por los
homosexuales. Sé que, con su acento inglés, su tez clara, su pelo rubio y sus
ojos azules, parecen muy divertidos, muy monos y muy inofensivos; pero
recuerda, cariño, que, en el fondo, las mujeres no les gustan. Piensan que son
raras, muy raras para tratarlas y, además, las consideran rivales. Los hombres
normales también piensan que las mujeres son raras, pero no tratan de quitarnos
el novio y, por lo menos hasta la generación de tu madre, habían desarrollado
cierta caballerosidad en relación con nuestra rareza, que podía resultar hasta
enternecedora: nos trataban como si fuéramos personas impedidas, nos abrían las
puertas y explicaban a los camareros lo que queríamos comer, como si nosotras
no supiéramos hablar. Bueno, todo eso ya pasó, pero estoy segura de que algunos
vestigios quedarán para que tú te concentres en los chicos normales y simpáticos,
si encuentras alguno en ese viejo, encantador y decadente país.
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