Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SUEÑO CON HIJOS

De La granja de John Updike, p. 157-158
Tenía miedo de soñar con mis hijos. Al dejarlos nunca me ocurrió. Cuando me dormía, los olvidaba por completo. Luego, cuando mi separación de Joan adquirió su propia colección de hábitos y se convirtió en algo habitual, soñaba con ellos cada noche. No podía cerrar los ojos sin que Ann o Martha se me presentasen con caras anchas y pálidas, dándome cuerdas para que las desenredara, juguetes rotos para componer, frases difíciles para que se las explicara, rompecabezas imposibles para que les ayudara a construirlos. Después de casarme con Peggy, aquellos sueños se hicieron menos frecuentes. Los de esta noche eran los primeros en una semana: yo estaba segando la hierba. El tractor tropezó con algo; hubo un ruido sordo bajo las ruedas. Paré y bajé temiendo descubrir que había aplastado un nido de faisanes. El campo cambió bajo mis pies. Me encontré en un paisaje extraño, un solar deshabitado, pantanoso y humeante, como un vertedero de basura. Algo estaba en el suelo, retorcido y cubierto de una capa de ceniza. Violentamente, con ansiedad, barrí lo que había encima, cogí aquello del suelo, lo examiné y descubrí que era un ser vivo. Era un diminuto ser humano, un hombrecillo encogido. Su cabeza estaba sepultada en su pecho, como si temiera un golpe. Una vocecita dijo:
-Soy yo.
La cara, sucia y cubierta de polvo me fue, a pesar de su pequeñez, familiar. ¿Quién era?
-¿No me conoces, papá? Soy Charlie.
Le apreté contra mi pecho y prometí no apartarme jamás de él.
La voz de mi madre pronunció mi nombre. Su cara apareció después, agrandándose,  inclinándose hacia mí.  Llevaba un vestido verde y el pelo suelto.
Pregunté:
-¿Te vas a la iglesia?
-Sí, debo irme -dijo-. He pasado muy mala noche.

Era por la mañana. Me di cuenta de que Charlie no estaba entre mis brazos; que existía en Canadá; que era un muchacho sano y fuerte. Me di cuenta de que, al ver mis hombros desnudos sobresaliendo de la manta, mi madre pensaría que Peggy y yo habíamos dormido sin ninguna ropa encima después de hacer el amor. Peggy no estaba en la cama.

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