De S. de John Updike, p.177-187
Querido Martín:
Me alegro mucho de que mi postal
significara tanto para ti. Tu generosa respuesta -más larga, me temo, de lo que
va a ser la mía- me esperaba en el motel. Yo no vivo aquí, sino a unos sesenta
kilómetros, con una colección de gente que busca la paz interior que nos da la vida
bien vivida. Si te escribí que todo el mundo material es una cárcel no era para
trivializar tu situación ni las terribles condiciones del internamiento en
Massachusetts, sino que solo pretendía consolarte con una frase hecha, la de
que la vida a todos nos impone penalidades y limitaciones. Nacemos con un
cuerpo, un sexo y un color dados, en un momento y un lugar determinados, de unos
padres que nos protegen o que nos dañan según sus posibilidades, crecemos y
alcanzarnos una estatura y un grado de inteligencia que no podemos remediar y nos
instalamos en una actividad -en tu caso, la droga y el robo- y, desde cierto
punto de vista, estas circunstancias pueden causarnos una intensa
claustrofobia, ya que son mucho más estrechas y opresivas que una celda. Y,
luego, el cuerpo y el cerebro envejecen y enferman y, finalmente, mueren, todo
con una limitación muy estrecha. Pero hay una salida, la salida del espíritu,
la aceptación de ese pequeño “yo” inalterable que está dentro de ti y forma
parte de una realidad espiritual mayor que nosotros llamamos purusha, comparada
con la cual la realidad material, con toda su especificidad limitativa, no es
más que una ilusión, llamada maya, que significa también “quimera”. Y existen
ejercicios y disciplinas que permiten a unos hombres llamados maestros (gurús) alcanzar
la liberación (moksha) del mundo material y la dicha del puro ser espiritual,
nirvana, que literalmente no significa “la nada”, sino ausencia de vientos, nos
libraremos del viento, Martín, y existiremos en un lugar en el que todo es
calma, luz y eternidad. El camino ortodoxo hacia el nirvana es largo y arduo
(tienes que empezar por concentrarte en un punto situado detrás de tu frente,
encima de la nariz); pero no es el único camino, hay atajos que se ofrecen de
manera súbita a las personas -incluso, o
tal vez sobre todo, a los simples infelices- y no hay razón por la que, por lo
menos el comienzo de la iluminación -un leve y sublime alfilerazo-, no te
llegue a ti estando en la cárcel, como me llegó a mí en mi elegante casa de la
costa (que aún echo de menos en mis momentos de debilidad). Pero tienes que
buscar la verdad que hay dentro de ti.
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