La guerra contra el cliché, Martin Amis, p. 383
La edición de The Complete Short
Stories, publicada por Penguin, se inicia, ingeniosamente, con «Dos parábolas a
modo de introducción”, ambas de una extensión que apenas supera una página. En
la primera, «Ante la Ley», un campesino se acerca a las puertas de la Ley y le
pide al formidable portero que le deje entrar. «Ahora no es posible, es la
respuesta que reciben sus reiteradas peticiones. Si cruzara la puerta, tendría
que enfrentarse a otros porteros, cada uno de ellos más formidable que el
anterior. «El tercero es tan terrible”, le dice el primero, «que incluso yo
tengo miedo de mirarlo a los ojos.» El campesino se sienta y espera. Pasan los
meses. Pasan los años. A punto de morir de viejo, el campesino le pregunta al
portero, con su último aliento, cómo es que nadie más se ha presentado ante las
puertas de la Ley a pedir que le dejaran entrar. El portero grita a la oreja
del moribundo: «Nadie más podía entrar por estas puertas, pues fueron
construidas exclusivamente para ti. Ahora voy a cerrarlas.»
En la segunda parábola, «Un
mensaje imperial», un emperador a punto de morir te envía un mensaje, «a ti, el
más humilde de sus súbditos, esa sombra insignificante que tiembla en la más
remota lejanía ante el sol imperial». El mensaje es tan importante, que el
emperador ha hecho que se lo repitan al oído, con un susurro, mientras yace en
su lecho de muerte. El mensajero, «un hombre fuerte, infatigable», emprende
inmediatamente el viaje, para lo cual tiene que cruzar primero las antesalas,
abarrotadas de gente. Pero la multitud no para de aumentar y las cámaras
parecen inacabables; pasará toda una vida antes de que consiga salir de las
habitaciones más retiradas del palacio. «Y si al final alcanzara el portalón
exterior -cosa que nunca, nunca, ocurrirá-, encontraría ante sí la capital
imperial, el centro del mundo, congestionada hasta reventar...» Así que nunca
recibirás ese mensaje. «Pero siéntate junto a la ventana al atardecer y suéñalo
para ti.»
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