La lucha contra el cliché, Martin Amis, p. 386
En cuanto obra de arte, el relato
breve «El fogonero» está mucho mejor desarrollado que la novela América, de la
que es el primer capítulo. Las novelas son -deliberadamente- premiosas. «Son
epopeyas de la suspensión y el aplazamiento, y habría sido imposible pulirlas
hasta convertirlas en obras de arte.» Es en los relatos breves donde el genio
de Kafka brilla de manera más inequívoca: en la modulación; en el ritmo, en la
manera indirecta de decir las cosas, en la exquisita y significativa intensidad
de sus finales. He aquí, por ejemplo, las últimas líneas de «Un artista del
hambre», la historia de un artista circense cuyo número consiste en ayunos de
cuarenta días, durante los cuales permanece solo, encerrado en una jaula. Poco
a poco el arte de ayunar va pasando de moda; olvidado, el artista del hambre
muere tras los barrotes de su jaula sin que nadie se dé cuenta:
«¡Bien, hay que limpiar toda esta
porquería”, exclamó el encargado, y enterraron al artista del hambre junto con
la paja. Encerraron entonces en la jaula a una joven pantera. Fue un evidente
alivio para todos, incluidos los más estólidos, ver al salvaje animal dando
vueltas por aquella jaula que había estado tanto tiempo triste y carente de
vida. Nada le faltaba[ ... ] ni siquiera parecía añorar la libertad; daba la
sensación de que aquel noble cuerpo, tan bien provisto de todo lo que
necesitaba que se diría que estaba a punto de reventar, llevaba consigo su
libertad allá donde fuera: en los dientes, al parecer; y la profunda alegría
que daba a la pantera sentirse viva hacía tan intenso el olor de su aliento,
que los espectadores situados más cerca de ella casi no podían tenerse en pie a
causa del mareo. Sin embargo, haciendo un esfuerzo deliberado, se agolparon
alrededor de la jaula y, una vez allí, ya no se movieron.”
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