Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LOLITA LUZ DE MI VIDA


La lucha contra el cliché, Martin Amis, p. 470

Sin imitar el estilo explicativo de las famosas conferencias de Nabokov (sin mostrar diagramas de los perfiles de las cadenas montañosas, ni mapas de carreteras, ni carteritas de cerillas de esas que dan en los hoteles, entre otras cosas), no estaría de más determinar qué ocurre realmente en Lolita desde un punto de vista moral. ¿De veras es tan indecente, aunque sólo sea sobre el papel? Por más que se distancie, con su habitual altivez, del mundo «de las trampillas de las carboneras y los callejones sin salida», los maníacos jadeantes y los policías furiosos, Humbert Humbert es, sin la menor duda, un pervertido en el sentido más clásico: carece de escrúpulos, recurre a la astucia y a la superchería para lograr sus fines y (sobre todo) cuida mucho los detalles. Aparca su coche a las puertas de los colegios femeninos, por ejemplo, y hace que Lolita lo masturbe mientras contempla a las alumnas que van saliendo. Y, en cierta ocasión, Humbert le exige que lo haga, nada más y nada menos que en un aula de la escuela adonde va, a cambio de sesenta y cinco centavos, en tanto que admira el cabello de una de sus compañeras, rubio platino, sentada delante de ellos. El precio de las felaciones alcanzó un máximo de cuatro dólares por sesión antes de que Humbert lo redujera «drásticamente [ ... ] porque explotaba su deseo de participar en las actividades teatrales de la escuela haciéndole conseguir mi permiso de la manera más dura y nauseabunda». Por otra parte, le hace el cunnilingus a su hijastra aunque ésta guarde cama a causa de la fiebre que le provoca un serio resfriado: «no pude resistir la tentación de disfrutar de los insospechados placeres que me deparaba el exquisito calorcillo de su piel”


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