La lucha contra el cliché, Martin Amis, p. 470
Sin imitar el estilo explicativo
de las famosas conferencias de Nabokov (sin mostrar diagramas de los perfiles
de las cadenas montañosas, ni mapas de carreteras, ni carteritas de cerillas de
esas que dan en los hoteles, entre otras cosas), no estaría de más determinar
qué ocurre realmente en Lolita desde un punto de vista moral. ¿De veras es tan
indecente, aunque sólo sea sobre el papel? Por más que se distancie, con su
habitual altivez, del mundo «de las trampillas de las carboneras y los
callejones sin salida», los maníacos jadeantes y los policías furiosos, Humbert
Humbert es, sin la menor duda, un pervertido en el sentido más clásico: carece
de escrúpulos, recurre a la astucia y a la superchería para lograr sus fines y
(sobre todo) cuida mucho los detalles. Aparca su coche a las puertas de los
colegios femeninos, por ejemplo, y hace que Lolita lo masturbe mientras contempla
a las alumnas que van saliendo. Y, en cierta ocasión, Humbert le exige que lo
haga, nada más y nada menos que en un aula de la escuela adonde va, a cambio de
sesenta y cinco centavos, en tanto que admira el cabello de una de sus
compañeras, rubio platino, sentada delante de ellos. El precio de las felaciones
alcanzó un máximo de cuatro dólares por sesión antes de que Humbert lo redujera
«drásticamente [ ... ] porque explotaba su deseo de participar en las
actividades teatrales de la escuela haciéndole conseguir mi permiso de la
manera más dura y nauseabunda». Por otra parte, le hace el cunnilingus a su hijastra
aunque ésta guarde cama a causa de la fiebre que le provoca un serio resfriado:
«no pude resistir la tentación de disfrutar de los insospechados placeres que
me deparaba el exquisito calorcillo de su piel”
No hay comentarios:
Publicar un comentario