La lucha contra el cliché, Martin Amis, p. 299
Esta larga novela «acerca de los riquísimos» iba a ser la obra maestra de Capote, o, por lo menos, eso aseguraba. Este libro, que recicla, magnificándolo, el pasado de su autor, incorpora veinte años de cartas y diarios tremendamente íntimos y pregona a los cuatro vientos las soñolientas confidencias de sensibleras anfitrionas de la alta sociedad y de millonarios chismosos, iba a ser un tour de force despiadadamente escandaloso, a pesar de lo cual emularía la soberbia arquitectura de Proust. O, al menos, eso aseguraba Capote.
Los riquísimos pensaban que
Capote era su mascota, su perrillo faldero. Pero lo cierto es que era su
malévolo cronista. Aquel hombre encantador y de voz suave que se tumbaba en una
chaise-longue o se sentaba a los pies de la cama era, en realidad, un satírico
inmisericorde que aguardaba que llegara su momento. “¿Qué esperaban?», comentó
Capote. «Soy escritor.»
Pero ¿qué esperaba, exactamente,
Capote? Cuando cuatro secciones de la novela aparecieron en Esquire, en 1975 y
1976, los riquísimos lo dejaron de lado. Y Capote, en vez de no darle importancia,
en vez de seguir adelante como escritor, tuvo una crisis nerviosa y se hundió
bajo el peso de toneladas de drogas y ríos de alcohol. Más adelante trató de
sugerir que no lo había pasado tan mal, realmente, y de amenazar con vengarse.
Lo cierto era que los riquísimos nunca le habían caído demasiado bien. Las
secciones publicadas constituían meras advertencias: La novela crecía fuerte y
lozana en su invernadero. No tenía miedo. «Esperen», dijo, «a leer el resto.»
Gore Vidal fue uno de los que no
se creyeron que hubiera un «resto». He aquí lo que dijo en una entrevista en
1979: “Como esto es los Estados Unidos, si proclamas lo suficiente a los cuatro
vientos que has escrito una obra inexistente, se convertirá en algo
positivamente palpable. Sería estupendo que le concedieran el premio Nobel
aduciendo la fuerza literaria de Plegarias atendidas, obra que, por descontado,
no ha escrito. En Esquire se publicaron unos fragmentos inconexos de lo que
hubiera debido ser una novela de chismorreos. El resto es silencio, y pleitos,
[ ... ] y mucha palabrería en la televisión.”
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