Perspectivas, Laurent Binet, p. 244
Vasari a Miguel Angel
Pero, poco a poco, todos
nosotros, Sarto, Rosso, Salviati, Pontormo, Bronzino, vos mismo incluso y
vuestros amigos romanos, hemos deseado liberarnos de ella, la hemos abandonado,
la hemos menospreciado. Y hemos empezado a estirar los cuerpos, a hacerlos
flotar en el espacio, a alargar los escorzos, a crear paisajes ensoñados y a deformar
lo real más que a realzarlo según unos principios matemáticos que juzgábamos
demasiado austeros. El orden, la simetría, todo eso se nos hizo insoportable.
Nunca hemos renegado de nuestros grandes ancestros, Brunelleschi, Masaccio, Uccello,
pero, sin dejar de rendirles homenaje, los hemos apartado a un lado, como a
unos viejos pesados que desvarían y a quienes se relega a un extremo de la mesa
en los banquetes y los demás invitados no les dirigen la palabra más que con algunas
frases banales, por mera educación, para saludarlos, sin tenerlos en cuenta el
resto de la comida, cuando en realidad sin ellos no habría platos ni vino ni
banquete. Sin ellos, no habría nadie a la mesa, ¿verdad?
Hoy que le debo la vida, me siento
muy ingrato por haber sido capaz de escribir tiempo atrás que Paolo Uccello
había desperdiciado el talento y la salud en sus investigaciones sobre la
perspectiva. Y qué cruel me parece Donatello, que se burlaba de su amigo y lo
interpelaba entre risas: «¡Eh, Paolo! Tu perspectiva te hace confundir lo
cierto con lo incierto. ¡Todo eso no son más que disparates! ». Y la verdad es
que ahora pienso lo contrario. No hay nada más cierto que la perspectiva, es lo
único esencial y lo más eterno. Más que todas las batallas y todos los poemas y
todos los tratados de Maquiavelo o Castiglione, la perspectiva ha hecho
inmortal a nuestra Toscana, y por ella se hablará de nosotros por los siglos de
los siglos, de la China a las Américas.
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