l. Fede
Iré a ver a papá, le dije. Claro
que iré. Ya había decidido ir antes de que me clavase el codo con la mirada, y
mucho antes de que chasqueara la lengua y suspirase. Se le pone cara de
adolescente cuando se enfada, pensé, pero a lo mejor sólo se la veo yo. Serán
cosas de hermanos.
Cuando bajé del taxi y me
encaminé a la cancela, Eva me vio venir y cruzó los brazos. Rígida, ni adelantó
una pierna para salir a mi encuentro. Esperó a que llegase y ni siquiera
respondió a mi abrazo. Le di un beso en la mejilla, un beso de verdad, de los
que manchan, y no se movió ni me saludó. ¿Vienes directo, sin pasar por casa de
papá?, me dijo, como si yo tuviera la culpa de los horarios de Iberia, como si
hubiese urdido una trama de trenes retrasados y vuelos cancelados.
-¿No has traído maleta? Pensé que
te quedabas unos días, hasta la despedida, al menos -dijo, mirando la mochila que
llevaba a la espalda, una mochila pequeña donde sólo cabían dos camisas y una
muda.
-No quería facturar, ya me
apañaré. Que sí, joder, me quedo unos días, claro que me quedo unos días.
-Bien, porque habrá que decidir
qué hacemos con los papeles de Gabi y hay que firmar un montón de cosas. Eso,
decidamos ahora. Arreglémoslo todo en la puerta del cementerio, antes de que me
vuelva a escapar y no responda a los correos y finja que mi vida no tiene nada
que ver con la vuestra.
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