El tenis como experiencia religiosa, DFW, p. 70
La belleza no es la meta de los
deportes de competición, y sin embargo los deportes de élite son un vehículo
perfecto para la expresión de la belleza humana. La relación que guardan ambas
cosas entre sí viene a ser un poco como la que hay entre la valentía y la
guerra.
La belleza humana de la que
hablamos aquí es de un tipo muy concreto; se puede llamar belleza cinética. Su
poder y su atractivo son universales. No tiene nada que ver ni con el sexo ni
con las normas culturales. Con lo que tiene que ver en realidad es con la
reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener cuerpo. 1
1. Tener cuerpo presenta muchos inconvenientes. Si esto no es
lo bastante obvio como para que a nadie le hagan falta ejemplos, limitémonos a
mencionar rápidamente el dolor, las llagas, los malos olores, las náuseas, el
envejecimiento, la fuerza de la gravedad, la sepsis, la torpeza, la enfermedad
y las limitaciones físicas: todos y cada uno de los cismas entre nuestra voluntad
física y nuestra capacidad real. ¿Acaso alguien duda de que necesitemos ayuda
para reconciliarnos con la corporalidad? ¿Que la ansiemos? Al fin y al cabo, el
que se muere es el cuerpo.
Tener cuerpo también presenta ventajas maravillosas,
simplemente se trata de ventajas que cuestan mucho más de sentir y apreciar a
tiempo real. A la manera de ciertas epifanías sensuales culminantes y escasas
(«¡Me alegro mucho de tener ojos para poder ver esta salida del sol”, etcétera ),
los grandes atletas parecen catalizar nuestra conciencia de lo glorioso que es
tocar y percibir, movernos por el espacio e interactuar con la materia. Cierto,
los grandes atletas son capaces de hacer con sus cuerpos cosas que los demás
solo podemos soñar con hacer. Pero se trata de unos sueños importantes, que
compensan muchas cosas.
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