... nunca tuve el deseo de volver a Weimar-Buchenwald. Por eso le dije a Peter Merseburger que no contara conmigo para su programa de televisión. Me negué sin pensarlo siquiera, inmediatamente.
Pero aquella noche volví a soñar
con Buchenwald. No fue el sueño habitual, pesadilla más bien, que tantas veces
me había despertado durante los largos años de la memoria. No volví a oír, como
solía, en el circuito interno de los altavoces, la voz nocturna, áspera,
irritada, del Sturmführer de guardia en la torre de control. Aquella voz que,
en las noches de alerta, cuando las escuadrillas de bombarderos aliados se adentraban
en el corazón helado de Alemania, mandaba que se apagara el crematorio para que
las altas llamas cobrizas no permitieran que los pilotos anglo-americanos se
orientaran. Krematorium, ausmachenl, decía aquella voz. Entré en el sueño de Buchenwald,
aquella noche, tembloroso, como siempre, angustiado, como siempre. Pero no fue
el sueño habitual. No fue un sueño angustioso, finalmente. No oí la voz del
suboficial de guardia, mandando que se apagara el crematorio.
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