Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 346
El mito subyacente al relato de
Tecla de Iconio en los Hechos de Pablo y Tecla, apócrifo neotestamentario
cristiano, es el de Ifigenia y Orestes, los hermanos que en su huida se
llevaron de Táurida la imagen de Artemisa. En Iconio, la ciudad del centro de
Anatolia donde la futura mártir había nacido en el seno de una familia de clase
alta, San Pablo convirtió a Tecla al cristianismo y a la castidad perpetua. La
historia de Tecla cuenta, entre otras cosas, cómo supo resistirse a un hombre
que la cortejaba y el episodio en que, condenada a morir en la hoguera, la salvó
una tormenta enviada por Dios. Tecla viajó con Pablo a Antioquía y resistió con
éxito los intentos de un aristócrata llamado Alejandro, que quería raptarla. La
condenaron a ser devorada por animales salvajes, y una vez más la salvó la
intervención divina (como a Artemisa, se la solía presentar rodeada de animales).
No es de extrañar, pues, que los primeros cristianos, como Tertuliano, que se
oponían a que las mujeres predicaran Y administrasen el bautismo, afirmaran que
la historia de Tecla era fraudulenta. Tampoco ha de extrañarnos la importancia
de Tecla como antecesora de todas las mujeres que hoy forman parte de las
iglesias cristianas.
Hay un apéndice a su historia que
cuenta lo que le ocurrió a Tecla hacia el final de su vida, y también cómo murió:
la virgen de Iconio viajó a Seleucia Pieria «en una nube brillante», y convirtió
a muchos al cristianismo; después se recluyó y ejerció de sacerdotisa en una
cueva cercana, un lugar del que se decía que tenía tanto poder que incluso
acercarse a él producía curas milagrosas. Los médicos paganos de la ciudad, que
suponían que Tecla era una sacerdotisa de Artemisa, conspiraron contra ella por
haberles arruinado el negocio con sus curaciones. Dado que los dioses le
quitarían sus poderes si perdía la virginidad, aunque fuera a los noventa años,
los médicos organizaron una violación colectiva, pero Dios abrió para ella una
caverna en la roca, salvando así su virginidad mientras moría de una muerte digna
de canonización. En este relato, la valerosa y viajada virgen, asociada con la
sanación, cuya memoria se preserva en la milagrosa caverna, es, para los
paganos del oeste de Asia Menor, el epicentro del culto de Artemisa,
sacerdotisa de la diosa local. Es en una cueva situada en lo alto de las ruinas
de Éfeso donde arqueólogos austriacos descubrieron una asombrosa pintura cristiana
de Tecla y Pablo; de hecho, se los ha presentado con frecuencia como una
pareja, no unida sexualmente, sino compartiendo el viaje en que anuncian la
llegada de un nuevo dios.
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