. -Lo que han hecho los alemanes escapa a la comprensión, y más aún a
la psicológica, pues las atrocidades parecen de hecho haber sido cometidas más
como medidas enajenadas de terror en una forma planificada y ciega que como actos
realizados con espontánea complacencia. Según los relatos de algunos testigos,
se torturaba sin placer, se asesinaba sin placer, y acaso por tal motivo más
allá de toda medida. Sin embargo, la conciencia que quiera resistir lo
indecible se verá una y otra vez abocada a intentar explicar este hecho, si no
desea caer subjetivamente en la demencia que objetivamente domina. Entonces se
impone la idea de que el horror alemán es algo así como una venganza
anticipada. El sistema basado en el crédito, en el que todo puede anticiparse,
hasta la conquista del mundo, determina igualmente las acciones que preparan su
propio final y el de toda la economía de mercado hasta llegar al suicidio de la
dictadura. En los campos de concentración y las cámaras de gas se negociaba en
cierto modo el derrumbe de Alemania. A nadie
que hubiera asistido en Berlín a los primeros meses del dominio nacionalsocialista
en 1933 pudo pasarle inadvertido el momento de mortal tristeza, el abandono semiinconsciente
a los aires fatídicos que acompañaban a la embriaguez desatada, a los desfiles de
antorchas y al retumbar de los tambores. ¡Con qué acentos de desesperanza
sonaba la canción del «pueblo a las armas», la favorita canción alemana de
aquellos meses, en la avenida Unter den Linden! La de un día para otro
anunciada salvación de la patria llevaba desde el primer momento la expresión
de la catástrofe, y ésta se ensayaba en los campos de concentración mientras el
triunfo ahogaba en las calles su presentimiento
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